Para el chismoso que me lee

Usted, señor chismoso (bien puede ser chismosa) que se ha tomado el tiempo de leerme (lo cual le agradezco) quiero dejarle este mensaje a modo de carta. 

Usted cree conocerme porque me trata o me trató en algún momento de su existencia. Cree conocerme porque ha leído algunos textos en los que dejé evidencia de mis pensamientos. Cree conocerme porque suelo ser amable y expansivo con las personas, y tal vez fui amable y expansivo con usted, aunque no lo mereciera. Pero no, no me conoce, de eso estoy seguro. Y no me interesa que suceda. 

Le escribo este texto para advertirle de su mal proceder, ya que usted mismo no se da cuenta de este. Hay que dejar quieto a quien está quieto. Si usted me lee para admirarme o al menos para criticarme y hacérmelo saber, puedo considerarlo un hombre o una mujer de valor. Si me lee para intentar hacerme daño a través de otros, pierde su tiempo. 

No se confunda conmigo. ¿No ha escuchado alguna vez que los ríos más calmos pueden convertirse en las corrientes más tempestuosas y destructivas? Así me definiría cuando de protegerme y, sobre todo, de proteger a los que quiero se trata. No quisiera llevármelo por delante. Primero, porque no estamos al mismo nivel. El consejo dice que uno debe buscarse un enemigo del mismo calibre, y si no la guerra sería aburrida e intrascendente. Y usted, estimado anónimo, husmeador de textos, jamás será un enemigo que valga la pena. Es una persona rastrera, de esas que arrojan la piedra, esconden la mano y quieren conservar a toda costa su apariencia en una sociedad de vanas apariencias. Estoy seguro también que su conversación es pobre, anodina y de poquísimas referencias culturales. A usted se le da bien el ejercicio de aparentar. Es una cáscara fragante pero vacía. De eso estoy seguro. 

Pero eso sí, le vuelvo a advertir. Deje quieto a quien está quieto, no sea que le descubra el antifaz y revelándome su rostro termine por perder el único valor de que dispone: su frágil apariencia. Entonces usted querría regresar todo a como estaba antes, como antes de conocerme. Pero será demasiado tarde. 

También sé, amabilísimo canalla, que la envidia lo corroe, y que a fin de cuentas mi presencia le resulta fastidiosa e inconveniente. No trate de jugar conmigo. Si lo hace así, su derrota está asegurada de antemano. Tal vez me ha conocido como amigo, amante, compañero. Espero que no me conozca como enemigo, porque soy tan buen enemigo como puedo ser un buen amigo. Es decir, le hablaré desde la intensidad y la constancia. Y usted se cansará primero. No me aguantará. De eso estoy seguro. 

Si lee mis textos para plagiarlos o quedárselos, no sacará mucho de ellos. Aquí descargo solamente la excrementicia de mis pensamientos. Si los lee para compartirlos a otros y con ello perderme, ¿no queda mal usted? Corre el riesgo de que lo descubran y lo expongan en la palestra pública, de donde nunca podrá descender. Corre el riesgo de que energías más fuertes, rencorosas y poderosas que las mías lo sometan física y mentalmente. Corre el riesgo de odiar. Y se lo advierto. Como dijo el joven Caicedo: odiar es querer sin amar. O actuar con la impotencia del que no conoce el verdadero amor. 

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